Abstract
This essay examines arguments that religion is prone to violence and finds them incoherent. They are incoherent because they can find no way consistently to differentiate the religious from the secular. After exposing the arbitrariness of the arguments, the essay goes on to examine why such arguments are so common. The hypothesis put forward is that such arguments are so prevalent because, while they delegitimate certain kinds of violence, they legitimate other kinds of violence, namely, violence done in the name of secular, Western states and ideals. Such arguments sanction a putative dichotomy between non-Western, especially Muslim, forms of culture on the one hand, which - having not yet learned to privatize matters of faith - are absolutist, divisive, irrational, and Western culture on the other, which is supposedly modest in its claims to truth, unitive, and rational. In short, their violence is fanatical and uncontrolled; our violence is controlled, reasonable, and often regrettably necessary to contain their violence.
Resumen
Este artículo examina los argumentos que sostienen que la religión induce a la violencia y encuentra que son incoherentes. Son incoherentes porque no pueden encontrar ninguna manera de distinguir consistentemente lo religioso de lo secular. Luego de exponer la arbitrariedad de estos argumentos, el ensayo pasa a examinar por qué ellos son tan comunes. La hipótesis que se ofrece es que estos argumentos son tan frecuentes porque, en tanto que deslegitiman ciertos tipos de violencia, legitiman otros tipos de violencia, específicamente, la violencia ejercida en nombre de los ideales y estados seculares y occidentales. Tales argumentos establecen una supuesta dicotomía entre, por un lado, las formas culturales no occidentales, especialmente las musulmanas, que serían absolutistas, divisivas e irracionales y, por otro lado, la cultura occidental, supuestamente modesta en sus aspiraciones de verdad, unificadora y racional. En síntesis, la violencia de ellos es fanática y descontrolada; nuestra violencia es controlada, razonable y a menudo lamentablemente necesaria para contener su violencia.
